El autor hispano romano Marco Valerio Marcial, nacido en el siglo I d. c. en Calatayud, ya escribió en sus epigramas de un robledal o encinar venerado por los celtíberos, llamado bosque del Burado, que ubicó en Beratón. 
La sorprendente presencia del `tótem’ Moncayo, al borde de la ribera del Ebro, fue motivo de fascinación y adoración para las gentes del entorno. Por eso, la montaña generó explicaciones mitológicas que ayudaran a justificar ese capricho geológico. Una de ellas es una leyenda apócrifa que cuenta cómo Caco robó a Hércules su carro de bueyes, que escondió en una cueva de la zona. Tras descubrir Hércules el robo de su amigo Caco, los dos gigantes de la mitología greco-romana se enzarzaron en una violenta lucha. De la magnitud de la pela, de las piedras que se tiraron, de los arañazos y golpes lanzados por ambos, surgió el agreste paisaje de la comarca, el nacimiento de ríos y arroyos, la aparición de roquedales y simas. Hasta que el vencedor Hércules colocó una descomunal piedra sobre el enterramiento de Caco. Esa piedra es el Moncayo.
Hay que tener muy presente que la literatura, la mitología y la tradición oral de generaciones de moncaínos han aderezado, con la ayuda del inquietante paisaje y de sus variados microclimas, un mundo medio real y medio fantástico difícil de separar, plagado de historias, relatos, noticias y leyendas, de seres incomprensibles... El Moncayo es contraste y misterio; el principio y el fin; la vida y la muerte; el gigantismo inabarcable y la delicadeza de la fuentecilla; el frío del cierzo y el calor que empuja el sol desde la cumbre de la sierra; el espeso dorondón y la luz que ofrece un cielo limpio.
El municipio de Beratón vuelve a aparecer en la literatura en el siglo X, en el romance de la Leyenda de los caballeros burgaleses Infantes de Lara, que acabaron asesinados trágicamente en las tierras del valle del Araviana (río que nace en Beratón). Un hecho que la tradición relaciona con la construcción de la galería románica de siete arcos de la iglesia de Omeñaca.
“En campos de Arabiana/ murió gran caballería,/ por traición de Rui Velázquez/ y de dofía Alambra envidia./ Murieron los siete infantes/ que era la flor de Castilla,/ sus cabezas lleva el moro/ en polvo y sangre teñidas.”
Posteriormente, el Marqués de Santillana, en el siglo XV, también se acordó de ‘Veraton’ en sus refrescantes versos de amoríos de las serranilla del Moncayo:
 “Serranilla de Moncayo,/ Dios vos dé buen año entero,/ ca de muy torpe lacayo/ faríades cavallero. (…)
“(…)En toda la su monta[ñ]a/ de Trasmoz a Veratón/ non ví tan gentil serrana. (…)
 
Sin embargo, fue el escritor romántico Gustavo Adolfo Bécquer, en el siglo XIX) quien dio un protagonismo literario de primer orden a la comarca del Moncayo y a otras tierras vecinas de Navarra, Zaragoza y de Soria. Bécquer encontró en el paisaje y en la vida de esta zona el complemento perfecto a su espiritualidad y a sus inquietudes literarias, que buscaban el misterio, la magia, el relato fantástico, una huida fácil a tiempos ya pasados.
 
Fruto de esa inspiración, entre otras obras, están sus populares Leyendas, muchas de las cuales están localizadas en paisajes sorianos. En concreto, los avatares de amor y muerte del relato de ‘La Corza blanca’ parece que está ambientada en un paraje de Beratón.
 
La belleza y la fuerza del Moncayo también fue un referente permanente de otro gran poeta, Antonio Machado, al que no le pasaba desapercibida esa mole, que es parte de los horizontes de la capital soriana. “Mira el Moncayo azul y blanco;/ dame tu mano y paseemos”, le escribió a su esposa Leonor.
 
Además de estas referencias literarias sobre Beratón, el etnógrafo Vicente M. Chueca, en su interesante libro ‘Realidad Mágica’ del Moncayo, apunta otros nombres de autores que han escrito sobre la sierra moncaína o han recogido la tradición oral de sus pueblos. Junto a los nombres ya mencionados, hay escritores como Cadalso, Galdós, Ferrán, Wanderer, Nogués, García-Arista, Foz o Baselga, entre otros, que se han interesado por el Moncayo.
 
Y en esa tradición literaria oral y popular, destaca el Romance de Beratón, que recoge el tremendo suceso ocurrido el domingo 8 febrero de 1874, cuando un grupo de ladrones encabezados por ‘El Chupina’ saquearon las casas del pueblo, mientras los vecinos estaban en misa. Los ladrones encerraron en el templo a los vecinos, hasta que alguno consiguió escapar por la torre. Tras pedir ayuda, se inició una persecución que acabó con la muerte o ajusticiamiento de algunos de los ladrones, entre ellos el propio cabecilla.
 
 
 
 

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